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Etiquetado: alianzas, enfermos, impacientes, tribushospitalarias
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septiembre 3, 2020 a las 6:43 pm #1296SayuriModerador
A veces como enfermos o cuidadores pasamos largos periodos en los hospitales. Hospitales que se presentan como lugares estériles donde no crece nada, ni bacterias ni experiencias de vida ni amistades. Y aun cuando en muchas ocasiones el mismo diseño arquitectónico del hospital así como sus protocolos de atención están hechos para imposibilitar los encuentros, contamos afortunadamente con varias experiencias que muestran incluso en hospitales es posible construir y crear afinidades y amistades.
Lanzamos así las preguntas:
¿Han conocido personas en salas de espera, pasillos de hospitales, compañeros de cuarto o ambulatorio, personas con quienes se comparte a veces diagnóstico, a veces fármacos, a veces dolor o incertidumbre? ¿Han construido amistades desde la condición de enfermo o cuidadora, amistades que terminan siendo personas cruciales para sobrellevar día a día el diagnóstico?Nos gustaría que en esta sala virtual pudiéramos compartir anécdotas y reflexiones sobre experiencias de este tipo.
¿Han tenido experiencias así? ¿Cómo fueron? ¿Cómo creen que podamos estimular estas alianzas? ¿Han encontrado compañeros/as y amigos/as en el personal de salud? ¿Creen que se podría hacer algo desde los hospitales para incitar estos encuentros? ¿Qué fortalezas creen que podría haber en convertir al (im)paciente / enfermo en un sujeto colectivo, en una red de amistad y empatía para dejar de vivir la enfermedad como individuos aislados?
septiembre 3, 2020 a las 6:47 pm #1297SayuriModeradorEscrito por Juan Carlos Rico García Rosas y Érika Medina Pineda en honor a Marco Arturo
Un desconocido que hasta hacía dos minutos no formaba parte de tu mundo, después se convertía en parte tuya, te entendía más que cualquier persona de este mundo y notabas que te ayudaba de una manera tan profunda que te sentías comprendido e identificado.
ALBERT ESPINOSANos conocimos en la antesala del programa “Diálogos en confianza” al que fuimos invitados a hablar acerca del Mieloma Múltiple. La primera impresión de Marco la obtuve durante el curso del programa mientras transmitían fragmentos de una entrevista que le habían hecho. Me pareció un poco arrogante.
Al finalizar el programa me ofreció acercarme a algún punto. Me negué guiada por aquella primera impresión, finalmente acepté su oferta de lo cual me alegro porque encontré en él a un amigo entrañable y a un sabio maestro que, sin violencia, me ayudaba a incorporar nuevos conocimientos.
Marco fue diagnosticado a los cuarenta años de un tipo de cáncer que suele presentarse en personas mayores de sesenta años. Logró una sobrevida muy larga, inusualmente larga, lo que significa que vivió numerosos procesos de salud-enfermedad dolorosos y complicados. Fue pionero de los trasplantes de médula ósea en la unidad de Hematología del Hospital Carlos McGregor, cuando ésta recién reclamaba su existencia gracias al ímpetu y esfuerzo de sus médicas y médicos, jóvenes, en su mayoría recién egresados.
La asepsia hospitalaria no es pura, en su interior crecen gérmenes que el cuerpo médico pretende erradicar: vínculos fuertes y simbólicos entre pacientes y batas blancas, crecen también comunidades, tribus que se articulan de manera muy orgánica, que se prestan ayuda, se acompañan, se dan escucha y alternadamente, se ofrecen los hombros para cargar el peso de una enfermedad que a veces se antoja insoportable.
Marco, fue un ser cohesionador. Era el tipo de persona que tiende puentes entre sus cercanos; daba escucha atenta y empáticamente, resolvía dudas respecto al Mieloma, compartía sus saberes, pues.
Compartíamos el dolor causado por el daño óseo, debido a que el cáncer hizo metástasis en nuestros huesos, en su caso, también había daño renal severo, razón por la cual decidió no consumir analgésicos. Cuando le pregunté cómo controlaba el dolor, me respondió:
—Con agua y ajo, mi Eri.
Me sorprendí mucho, porque yo desconocía ese remedio; soltó una tremenda carcajada, y aclaró:
—¡AGUAntarse y A JOderse!
La esperanza le duró 17 años, y no es que se le hubiera agotado, lo que no llegó fue algún tratamiento actualizado. Eligió el invierno para dar el salto al vacío, y volver a ser aire, sol, aroma a tierra mojada, polvo de estrellas. Hay una latencia de su vida en la nuestra, y una semilla de él, en lo que seremos.
Soy la afortunada beneficiaria de sus bastones, a los cuales miro como un símbolo de su fortaleza, de su resistencia y serenidad.
Marco Arturo siempre fue un caballero dispuesto a ayudar, dentro de sus posibilidades, a todas las personas conocidas y desconocidas, manifestando sus experiencias para que, con base en ellas, nosotros, sus amigos nos fortaleciéramos cada día más. Era una persona de alta calidad moral.
Me platicó su historia, muy difícil; sin embargo, él siempre mostró una actitud, extraordinariamente positiva. Todos éramos especiales para él, cada uno en su magnitud; yo me sentí siempre su amigo, y a la vez, lo sentí mi amigo.
Al final, platiqué con él, y me hizo ver una valentía impresionante, de cómo se despidió de cada uno de sus seres queridos y de los médicos.
Él tomó la valiente decisión de partir de este plano terrenal. Lo llevo en mi mente, lo llevo en mi corazón, porque a una persona así, no se le puede olvidar. -
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