El cáncer sigue en mi familia

[Entrevista realizada por Gabriela López]

Con mucha fe todos los días le decía que sólo Dios tenía la última palabra, y que Él la salvaría. Cada semana íbamos a sus citas programadas, incluso torpemente le compramos productos “milagrosos” para este mal con el fin de ayudarle a superar la enfermedad. Al final, todo el esfuerzo fue inútil, pues en una de sus citas el médico no dejó que regresara a casa, pues sus pulmones ya no funcionaban por sí solos. Mi sobrina necesitaba del respirador artificial.

Nunca te detienes a pensar en cómo vas a morir, hasta que la muerte toca a tu puerta, hasta que ves que alguien de tu familia muere sin que puedas hacer nada para cambiarlo. 

Mi nombre es Alicia Sánchez Martínez, tengo 58 años y vivo en León Guanajuato. Estoy casada y tengo un hijo de 33 años al que no veo desde hace 13, pues vive en Texas, Estados Unidos de Norteamérica. Por el momento no trabajo, me dedico al hogar.

Cada semana visitaba a mi familia en un pueblo colindante con San Luis Potosí, todo transcurría con normalidad, hasta que un día recibí la llamada de mi hermana. Me tenía una terrible noticia, mi sobrina había sido diagnosticada con cáncer de mama. En ese momento pensé en mi Dios y le pedí con todas mis fuerzas que la curara, pero lamentablemente eso no iba a pasar.

Fui la encargada de llevar a mi sobrina a sus consultas ya que en el hospital donde mi sobrina fue atendida no tenían el equipo necesario para el tratamiento, fue así que nos trasladamos al Hospital General de León, Guanajuato. Tras una serie de estudios protocolarios, llegó el momento decisivo, era la hora de la verdad…

El médico que llevaba el caso de mi sobrina Sandra nos dijo que el cáncer estaba avanzado y que había hecho metástasis en los pulmones. El médico nos daba la opción de llevar a cabo quimioterapias las cualesno servirían de mucho, ya que sus pulmones se encontraban invadidos.

Al salir del hospital mi sobrina seguía en shock, se encontraba en un estado de estupor. Le concedí unos momentos para que lo asimilara pero, no lo hizo sino hasta que llegamos a mi casa. Fue hasta que estuvimos dentro de mi hogar, cuando se derrumbó, comenzó a sollozar como nunca lo había hecho y entre el llanto me decía que cuidara de sus hijas.

Lo que me sorprende de mi sobrina es que en ningún momento se quejó o se le veía en un estado de enfermedad, siempre fue muy fuerte, pero ella sabía que iba a morir. Al menos eso creo yo. 

Aún recuerdo todo ese proceso en el hospital, el personal médico siempre trató a mi sobrina desahuciada con mucho respeto y amor, la trataban como si fuera un pequeño de 5 años. Si ella no quería comer las enfermeras le daban de comer. Ellos siempre hacían lo posible por hacer que ella se sintiera bien hasta el último momento. Mi sobrina fue valiente hasta el final, esperó a que sus hijas llegaran para despedirse. Cuando llegaron las pequeñas se despidieron con un beso, salieron de la habitación y con un suspiro, ella nos dejó.

En mi duelo repasé una y mil veces la situación, me pregunté qué hubiese pasado si se le hubiera diagnosticado a tiempo, si ella hubiese tenido toda esa información que se dice que dan en los hospitales, toda la información que sale en la televisión con el fin de prevenir el cáncer de mama. 

Lamentablemente el hubiera no existe. Al preguntarme todo esto, por curiosidad me realicé una autoexploración. Y ahí estaba, una bolita en mi seno derecho. Me asusté, estaba enorme, muy enorme para mi gusto, no esperé mucho. Al día siguiente ya me encontraba en el Hospital General en espera de mi turno para una revisión. 

No sabía qué esperar de esta situación, así que no me adelanté y esperé el diagnóstico del médico. Tras una serie de estudios, me dieron la noticia: tenía cáncer de mama. Una bola de demolición me golpeó con tal fuerza, que casi caigo de la silla en la que me encontraba. Y entonces entendí el trago amargo que pasó mi sobrina ante la noticia. 

Comprendí que el cáncer no se iría con la muerte de mi sobrina, el cáncer nos seguía igual que una sombra maligna dispuesta a devorar todo mi mundo. Pero fue en ese momento que me aferré a mi fe y le pedí mucho a Dios por mí y por mi familia; yo no quería que sufrieran más de lo que ya estaban sufriendo por la muerte de mi niña. 

Al llegar a mi casa le di la noticia a mi esposo. Él siempre ha sido una persona inteligente y ha tratado toda situación con la cabeza fría. Desde el primer momento me dio su apoyo, lo sentí sincero, siempre amoroso y empático. 

Era hora de contárselo a mi familia. Cuando lo hice nadie lo podía creer, todos maldecían y renegaban de la vida y de Dios. Les expliqué, y con seguridad les dije, que el cáncer no me iba a vencer. Les expliqué que las cosas no son como ellos creían, Dios no tenía nada que ver, estaba en nuestros genes (mi padre murió de cáncer de estómago). El cáncer es hereditario, el cáncer estaba en nuestra familia, además les expliqué que en el hospital me habían dicho que el cáncer no sólo es por un factor genético, que había otros factores.

Seguí el ejemplo de mi sobrina: tenía que ser fuerte, no debía tener miedo a nada, mucho menos al dolor. Confíe en la medicina y dejé a un lado los remedios que me daban mis familiares, aunque ellos insistían, yo me los tomaba por mero compromiso. 

Detrás de un cuerpo mutilado hay una historia que contar. Llegó el día del dictamen. El médico me dijo que el cáncer había crecido en mi seno derecho, así que había que extirparlo. Era eso o morir. Acepté de buena gana, aunque he de decir que recordé cuando alimenté por primera vez a mi hijo, fue la primera imagen que cruzó por mi cabeza, una imagen que jamás olvidaré. Una parte de mí iba a ser amputada, una parte de mí se iba, me dejaba, no me servía. Entré en razón: si no te sirve, no tiene caso que lo tengas, es mejor desecharlo. 

Me encontraba ya en el quirófano rezando por regresar con mi familia, ya no podía echarme para atrás. Mi médico decía una y otra vez: “Señora Alicia, no tenga miedo, todo va a salir bien. Somos buenos en lo que hacemos”.

Tuve miedo, como no se lo imaginan, pero sabía que mi Dios estaba conmigo y que esto era una prueba que tenía que pasar. Aún recuerdo el dolor que sentí, fue lo que me despertó después de la operación, me incliné para ver: el cáncer se había ido con mi seno derecho. Me reí, pero me callé, pues sentí otra punzada, la ignoré y sonreí aún más. 

Todos los días al bañarme y vestirme veo mi cuerpo incompleto, pero no me molesta mucho porque es como un corte de pelo, es quitar algo que ya no te sirve, algo que no va contigo, es como un cambio de look. No me afecta mucho y menos a mi esposo. Eso sí, me dejaron una herida de casi 30 centímetros, condenados doctores, con tanto caso de cáncer de mama y no aprenden a dejar una cicatriz más pequeña. 

De todo esto aprendí que es importante la oportuna detección, aunque si no fuese por mi sobrina jamás me hubiese encontrado esa bolita en mi seno. Las cosas no deben ser así, debemos auto-explorarnos y dejarnos de creencias inútiles que nos pueden llevar a la muerte. 

Una parte importante también son los sistemas de salud en México, creo que el Hospital General de León tiene un buen programa para estos casos de cáncer. De hecho, dan pláticas para la prevención de todo tipo de cáncer. Personas de diferentes estados van a tratarse a este hospital. Ojalá hubiera pláticas para mujeres que les han extirpado los senos, pues ahí conocí a muchas mujeres a las que realmente les afectó. También deberían ayudarlas en ese aspecto, no para todas es fácil, como para mí.

De momento sigo con quimios para que el cáncer no regrese, es algo incómodo por los síntomas, pero si eso me salva la vida, bienvenidas sean. Tengo que dar gracias al Hospital General de León que me trató de inmediato y me salvó la vida, aunque el proceso ha sido largo debido al número de pacientes que atienden. A todos los médicos y especialistas que me trataron siempre con respeto y amabilidad, les agradeceré de por vida.

*Estas palabras forman parte del libro en prensa Rostros en la Oscuridad: Cáncer, un libro que reúne relatos diversos de personas afectadas por el cáncer.