Una niña tan feliz

[Entrevista realizada por Juan Alejandro Arrazola]

Era 20 de junio del 2015, lo recuerdo perfectamente. Mi hija Abigail, una niña que actualmente tendría 9 años, después de hacer tareas jugaba con su bicicleta en el patio de la casa. Abigail siempre reía, era una niña tan feliz, tan llena de vida… ella se cae de la bicicleta, un accidente como cualquier otro. Nada grave pensé yo. Recuerdo que le dije: “Levántate y, por favor, ya deja esa bicicleta. Ve a limpiar tus zapatos. Mañana hay escuela”. 

Al siguiente día, Abigail se levanta como siempre: lava sus dientes, su carita y se pone el uniforme. No había nada extraño, era como cualquier otro día en su rutina. Norma la deja en la escuela y ella se va atrabajar. Ella es maestra de escuela de educación indígena. El día transcurría como cualquier otro, pero a las 11 de la mañana la maestra del Jardín de Niños de Abigail corre a ver Norma, quien se encontraba dando clases a su grupo.

Norma recuerda que la maestra de Abigail le dijo: “¡Abigail se desmayó y está sangrando de la Nariz!”. Norma dejó encargado a su grupo con su compañera de trabajo y corrió a ver a Abigail que estaba ya sentada en la dirección con un algodón lleno de sangre y desorientada. Le preguntó:

—¿Qué le pasó? 

La niña respondió:

—Me mareé. Y no supe más.

Norma decide llevársela a la escuela donde ella da clases. Ahí estuvo Abigail el resto del día.

Norma llevó a Abigail con el médico al centro de Salud que está en su comunidad. El médico la revisa y le dice que le tienen que hacer unos análisis porque puede ser que la niña padezca anemia y que por eso se desmayó. Norma tenía que viajar a la ciudad de Oaxaca para que le realizaran dichos análisis. Ella es derechohabiente del ISSSTE.

Acudió a la clínica perteneciente al ISSSTE en Oaxaca e hizo todos los trámites, pero la fecha para los análisis no era tan pronto como ella quería, así que tuvo que esperar. Le recetaron vitaminas a Abigail y regresó a su comunidad en lo que llegaba la fecha para que regresará a realizarle los análisis a su hija.

Norma regresó tiempo después y le dijeron que con esos estudios pasaría a consulta. Norma recuerda que los días ya no eran igual, Abigail de repente se desmayaba y otras veces no tenía hambre.

Recuerda muy bien ese día cuando regresó a la clínica del ISSSTE y el médico revisó a Abigail y le dice: “Manden a hacer nuevos estudios porque hay que descartar otras cosas”. Norma comienza a preocuparse y aunque ella dice desconocer sobre medicina, como madre presiente que no es solo una anemia y que algo no está bien con su hija.

Después de todos los estudios, las consultas que Abigail tiene en el hospital le dan la peor de las noticias: su hija, su más preciado tesoro, su única razón para vivir, tiene Rabdomiosarcoma. El término no me decía nada. No sé qué es, a qué se debe y aparecen un sinfín de dudas en su cabeza.

El médico le explica de qué se trata y ella solo menciona: “¡Entonces mi hija tiene cáncer, se va a morir!” Y así comienza la difícil situación de Norma.

Renuncia a su trabajo como docente ya que no puede cuidar a Abigail que de repente, de ser una niña sana, la ve mucho peor en tan poco tiempo. Comienza a recibir tratamiento el hospital Civil de Oaxaca ya que Norma no cuenta con el ISSSTE por haber renunciado a su plaza como docente. Recuerda que la oncóloga le dice que Abigail mostraba grandes tumores, que crecían aplastando su corazón y sus bronquios.

El rabdiosarcoma se había extendido, vendí todo lo que tenía para poder comprar los medicamentos porque a veces no había en el hospital. Las enfermeras decían que le pidiera mucho a Dios por mi hija. Fueron 2 meses que no le desearía a nadie.

Fueron 2 meses desde que la tuve en mis brazos, oí lo mucho que me amaba, besé sus mejillas; dos meses desde que nos acurrucamos, dos meses de infierno absoluto, dos meses en el Hospital Civil viendo que mi hija no era la única niña con esa maldita enfermedad.

Y un día los doctores pasan a hacer su recorrido. Y dicen: 

—Necesitamos hablar con usted señora.

Sabía que había algo peor y así, tras escuchar que mi hija se me moría, que ya no había nada que hacer, regresé con ella y le dije: 

—Abigail, nos vamos a casa. Y ella me miro tan feliz.

—Sí mamá. Qué bueno, ya no quiero estar aquí, extraño a mis abuelos.

Y así fue. Nos regresamos a casa, llegamos, me senté en aquel sillón que teníamos y comenzamos a ver videos de YouTube en mi celular. Me senté con ella y puse mi cabeza contra la suya y tuve la siguiente conversación:

—¿Te duele Abigail? ¿Puedes respirar?

—Sí mamá, un poco. Mamá no llores.

—No lo hago Abigail. Sabes hija, no tienes que luchar más, lo has hecho bien, ¿sabes cuál es el trabajo de nosotras como mamás?

—¡Sí!—, dijo Abigail— ¡cuidarme! 

—Sí, perdóname porque ya no puedo hacerlo.

Y lloré, lloré tanto esa tarde.

—¿Mamá, verdad que me voy a ir al cielo y ahí voy a jugar? 

—Sí.

Le respondí y la voz se me quebró y ya no pude decir nada. Mi hija mi miró: 

—Mami, no llores, que yo ahí estaré con Melani y con Axel— eran 2 niños que Abigail había conocido en el tiempo que ella estuvo hospitalizada y que también habían fallecido. Y me dice: 

—Ahí estaré jugando en lo que tú llegas mamá.

Han pasado 4 años desde entonces y sigo aquí. No es lo mismo, jamás te recuperas, jamás olvidas. He visitado muchos psicólogos. Actualmente tomo medicamento para poder dormir, tengo un trabajo, voy a visitar a mis papás de vez en cuando. Y a veces quisiera estar dormida y ya no despertar. Y si existe ese lugar poder reunirme con mi hija.

Fue algo muy impactante.

Tengo un hijo y el solo hecho de imaginar el dolor de la madre se me hace un nudo en la garganta, y es cuando sabes que tienes que valorar las cosas que la vida te ofrece: el amor con la familia porque al final solo es lo más importante. 

*Estas palabras forman parte del libro en prensa Rostros en la Oscuridad: Cáncer, un libro que reúne relatos diversos de personas afectadas por el cáncer.