[entrevista realizada por Yolanda Gómez Moreno]
Nadie les había dicho que tenía cáncer, hasta ese día que se los grité, porque sentía que ellas no me entendían; el dolor del cuerpo, el no poder hablar, el no poder gritar, el sentirte cansada todo el tiempo y, aun así, me iba sola a mis consultas. Como que pasé invisible toda la enfermedad.
Me llamo Miriam Díaz Salmerón. Soy egresada de la licenciatura de Promoción de la Salud. Vivo en Iztapalapa y tengo dos hijas; una de 21 y otra de 16 años.
A veces no me creo mi experiencia con el cáncer porque nadie le dio la importancia que tenía. Sin embargo, para mí sí la tuvo. Cuando me detectaron el cáncer fue en el 2015, en el Seguro, en el Centro Médico, Siglo XXI, fui porque me iban a quitar un nódulo, un bocio, decía el doctor.
El día que me iban a operar me dijeron que iba a ser la última en entrar a cirugía y terminé siendo la primera. Me bajaron a quirófano a las 9 de la mañana y salí a las 4:30 de la tarde. Me di cuenta porque tenían prendido el radio y desperté a esa hora.
Para mí fue un impacto, quedé en shock, no supe cómo reaccionar. A mí nadie me avisó que tenía cáncer, yo lo deduje cuándo el doctor me dijo que la cirugía iba a ser entre semana para que fuera el patólogo por si había algo mal. Cuando vi que tardaron tantas horas me imaginé que sí había sido cáncer.
El día que me pasaron a mi cuarto le pregunté a mi mamá que si había sido cáncer. Lo primero en lo que pensé fue en mis hijas. Y mi mamá, en lugar de decirme cosas amables, me regañó; dijo que no me pusiera mal porque me iba a hacer daño. Entonces lo que hice fue aguantarme el llanto.
Sólo pensé: “Esto va a pasar, yo creo que salgo en dos días. No importa, todo va a estar bien”, y resulta que me quedé 6 días porque no me podían estabilizar el calcio ni sacarme sangre. Además, quedé con una cuerda vocal paralizada, lo que me impedía hablar, y no podía tomar bien los líquidos, pero soy necia, me aferraba a tomar agua, a pararme y a bañar.
Al momento de dar el diagnóstico, lo omití, quedé bloqueada. Sólo recuerdo que decía: “Esto va a pasar”. Es como si me hubieran quitado la vesícula, creo que es negación, es como si me hubieran dicho: “tienes diabetes” o tienes otra cosa. El problema fue conforme pasaron los días: el verme incapacitada para hablar, que nadie me escuchara porque tenía la voz muy bajita, quedé muy afónica. También pensaba: “Va a pasar en unos días, es normal, la cuerda solo quedó paralizada por un rato”.
Lo más difícil fue después de la cirugía porque empecé a notar que pasaban los meses y no podía hablar. Cuando el papá de mis hijas fue por mí a la casa de mis padres y me dejó sola en la casa, no tenía quien me cuidara. Y regañaba a mis hijas, y un día que me puse mal emocionalmente, ellas me dijeron: “Mamá, es que nosotras no sabíamos que tenías cáncer”.
El cáncer afectó mucho mi dinámica familiar, porque siempre me asumí como una mujer dependiente económicamente del papá de mis hijas y no me di cuenta que en el transcurso de los años hice gastos económicos fuertes a los que no les daba crédito. Siempre me sentí que era una mujer mantenida, pero empecé a darme cuenta que no era así.
Tengo cuenta de Afores y desde que me casé empecé a trabajar y cotice para el Seguro 5 años. De ahí fui a sacar un dinero para mi recuperación. Me di cuenta que era económicamente activa. Cuando mis hijas empezaron a tener problemas en la escuela porque no había dinero para los libros, tuve que irme a pedir prestado para solventar los gastos.
La gente me ofrecía muchos tratamientos externos y nunca quise tomarlos. Me mantuve con lo que me mandaban los médicos y lo seguía al pie de la letra. Leí que la Levotiroxina se absorbe mejor a las 6 de la mañana y diario la tomaba a esa hora; aparte de 24 tabletas de carbonato de calcio al día, eso me tenía mal, por tener que estar al pendiente del medicamento.
Económicamente mi atención me afectó bastante porque no tenía dinero para mis hijas. La mayor estudió Cosmetología, eran $4,000 pesos semestrales, aparte de libros, etc. En años anteriores lo saqué con la beca de la Universidad, eso me permitió seguir estudiando, al salir mi hija del CETIS. Tuve que pedir prestado, afortunadamente contaba con el Seguro, pero no me alcanzaba para otros gastos.
No tenía ni para comer. Me iba con el estómago vacío y regresaba igual, sólo me iba con los puros pasajes, estuve muy limitada. La carrera de Promoción de la Salud para mí fue fundamental para enfrentar la enfermedad, porque ya llevaba conocimientos de muchas cosas y pude entender mejor a los doctores. Yo había estudiado hasta el cuarto trimestre de QFB en la UAM-X.
Ahora me siento mejor, siento que supere una etapa difícil como el haber terminado mi carrera y titularme. Me hizo darme cuenta que tengo afuera todo un camino que recorrer. Hay muchas opciones que puedo estudiar gracias a la carrera; irme hacía varias direcciones, solo falta que lo decida. Tengo dos proyectos: uno, seguir en Pilares dando talleres, creo que más que mi experiencia con la enfermedad del cáncer, puedo aportar algo en los Talleres a las personas para que no se dejen caer.
Otro proyecto que quiero es darle continuidad a lo que dejé trunco en la UAM-X, por eso quiero postularme para entrar a la maestría en Ciencias Genómicas, porque siempre quise ser científica, siempre me gustó esa área.
Para mí ha sido una oportunidad de hacer las paces con personas con las que no me llevaba bien. Sé que hay un camino de esperanza, podemos estudiar, realizar muchas cosas a nuestras capacidades. Nos cansamos y a pesar de las secuelas del tratamiento, aún hay muchas cosas por hacer. Sólo falta decidirnos a enfrentar la vida.
*Estas palabras forman parte del libro en prensa Rostros en la Oscuridad: Cáncer, un libro que reúne relatos diversos de personas afectadas por el cáncer.