[entrevista realizada por Patricio Miguel González Huerta]

Nada hay más admirable y heroico
que sacar valor del seno mismo de las desgracias,
y revivir con cada golpe que debiera darnos muerte.
LOUIS-ANTOINE CARACCIOLI

Ah, esto me pone mal. ¡Vengo de trabajar y tengo que darle de comer a Alondrita y ayudarle a hacer su tarea! Alondrita ya va al kínder! Hoy fue un día pesado, trabajo como cuidadora desde hace unas semanas estoy curando a Juanito, le cortaron una pierna por su propio descuido y falta de atención. Mi amiga me invitó a trabajar cuidándolo, curando su herida más una llaga que le salió en una pompi. Gracias a Dios y a los buenos cuidados la llaga ya sanó y su herida del muñón está muy bien. Así me gano con gusto lo que me pagan. Pero bueno vamos a empezar. Soy Patricia y he vivido el cáncer con mi esposo y Lupita ¿Qué me ha dejado? Años de crisis emocional, existencial, familiar, económica y muchas cosas más. Sé que no todo es malo porque hasta lo que aprendí con el cáncer de Miguel, mi esposo, me ha dado conocimientos para ser hoy una cuidadora.

No soy una mujer valiente, tengo muchos miedos, temores e incertidumbres, tampoco soy fuerte porque hay cosas que yo sola no puedo llevar, pero sé que están mis hijos quienes me necesitan y Alondrita que me necesita aún más desde que Lupita murió y ella se quedó conmigo. (Toma aire profundo, me mira con ojos llorosos y salen sus palabras). Casi puedo decir que conocí la palabra cáncer cuando hace 17 años.

Mi esposo se fue a trabajar como siempre, muy temprano, al taller de joyería con Toño y María, sus hermanos. Dice que se salió del trabajo porque se sentía mal y fue al hospital, después me llamaron que debía ir urgentemente porque se quedaría internado; dejé con una vecina a mis tres hijos y me fui al hospital. Cuando llegué ya estaba ahí Toño y me dijo que estaban esperando para darle cama, yo no imaginaba nada hasta que lo subieron a una habitación donde las enfermeras y doctores se lavaban y ponías batas, cubre bocas y hasta guantes antes de entrar y me dijeron que yo también debía hacer lo mismo y todas las personas que desearan pasar a visita,
Al otro día en la mañana el Dr. Solís que era su médico nos citó temprano, yo lo encontré en un pasillo y le dije:
—Soy Patricia, la esposa del paciente del 5to piso.
—¡Ah sí! ¿Tú eres la esposa de Patricio Miguel? Él tiene cáncer, tiene leucemia y… hablaba y yo solo sentía que el piso se hundía. Todo sonaba hueco en mi cabeza y no podía entender nada más. Unos minutos después encontré a mi cuñado Toño, él me abrazó y caminamos hasta donde estaba mi suegra Toñita y mis cuñados. Ahí les dije solamente que Miguel tenía leucemia y lo poco que recordé, que se quedaría internado y le darían quimioterapia y harían estudios. Eso fue muy difícil para mí porque yo solo iba a que me dijeran que ya podía a salir y regresaríamos a casa.

Este fue uno de los momentos más difíciles. Mi suegra dijo que le dolía mucho saber que su hijo tenía una enfermedad difícil de curar y dijo que ella daría su vida por él. Lloramos y nos abrazamos. Toño me dijo que tendría todo su apoyo y nunca me dejarían sola. Y mi suegra Toñita me lo volvió a repetir ¡No llores Paty porque yo voy a dar la vida por mi hijo! ¡Y yo creo que así fue!

Mi hermano Carlos fue por mí, le dije el diagnóstico de Miguel y recordamos que un sobrino de mi cuñado Joss tuvo leucemia y poco después murió. Y ya no hablamos nada. De mi familia nunca tuve ningún tipo de apoyo, ni económico ni acompañamiento ni siquiera amor o comprensión, solo me dijeron que cuando la familia de Miguel se cansara, ellos me darían apoyo; eso nunca fue, porque ellos nunca se cansaron y mi familia nunca me apoyó ni siquiera me abrazaron, menos me ayudaron a cuidar de mis hijos.
Comenzaron a hacerle estudios a Miguel, todos los días le tomaban muestra de sangre y le hicieron un aspirado de médula ósea que fue el estudio que dio el diagnóstico completo de Leucemia Mieloide Crónica con cromosoma filadelfia positivo (LMC p+) y en ese momento la enfermedad estaba descontrolada, tenía más de 450 mil leucocitos y millones de plaquetas; que todo estaba mal, yo no entendía bien nada de eso pero que en ese momento lo importante era controlarla con quimioterapia y después verían opciones.
Poco a poco lo pudieron controlar y nos dijeron que había dos opciones: quimioterapias y quizá 3 o 4 años de vida, pero con muchos daños o trasplante de médula, o sea que era muy peligroso pero que también podría ser su salvación y tenía muchas posibilidades de contar con un donador porque afortunadamente tenía seis hermanos. Solo que la experiencia con que contaban los doctores era apenas dos personas trasplantadas. El primero murió por enfermedad de injerto contra huésped y el otro apenas tenía tres meses de trasplante. Miguel seria el tercero; por eso yo prefería tenerlo los 3 o 4 años, pero el decidió que quería que lo trasplantaran.
De sus hermanos María y Verónica fueron 100% compatibles y el Dr. Solís también nos dijo que afortunadamente había ya nuevos medicamentos para manejar la enfermedad de injerto contra huésped que era a lo que más se temía. Miguel salió un mes después del hospital y comenzamos a preparar todo para buscar la opción del trasplante entre su familia y yo y mis hijos, que aún pequeño, también eran parte de todo esto.

Ese año de espera lo pasamos bien y tratando de ser lo más felices posible, salíamos de paseo los domingos, nos divertíamos con nuestros hijos, hicimos un viaje de varios días con mi suegra y mis cuñados. Para mí eran como momentos de despedida porque todo eso me daba miedo, tenía miedo de quedarme sola y no poder salir adelante con mis tres hijos, le tenía miedo a la vida y le tenía miedo a verlo morir. Entre todo lo que más me dolía era no tener el apoyo de mi familia ni de mi mamá quien a veces solo me llamaba para regañarme porque iba al hospital o por que no estaba en la casa, y sus palabras eran muy ofensivas e hirientes o solo llamaba para decirme: “¡Patricia, estamos en Acapulco o nos vamos a Cuernavaca!”. Y nunca me preguntaban cómo estaba yo, siempre tuve muchos conflictos con ella y muy poco amor.

Miguel se tenía que internar el último lunes del mes de julio del año 2002, el domingo antes su mamá y hermanos vinieron a la casa hicimos de desayunar, platicamos de que íbamos a hacer a partir del otro día y convivimos y estuvimos felices, pero en mi interior yo sentía que esa era la última vez que estaríamos juntos Miguel, mis hijos, su familia y yo. En la tarde, ellos se fueron y Miguel me dijo: “¡Voy a la peluquería!” Al rato ¡regresó pelón! Se fue a rapar porque no quería que la quimioterapia lo dejara sin pelo, no lo podía creer.
El lunes temprano vino mi cuñado Toño, Miguel se despidió de mis hijos y a Karina le dijo que se portara bien y cuidara a sus hermanos. A Fer le dijo que no hiciera muchas travesuras y a Aldo, que era el más chiquito, le dio un beso y los persignó como siempre y nos fuimos al hospital. Al llegar esperamos un poco y pasamos al 5to piso a la habitación del trasplante. Ahí primero paso él, se lavó antes de entrar, se desvistió, le pusieron su bata y entró a la habitación. Su enfermera le puso suero y lo dejó listo. Yo entré después, platicamos un rato, más tarde con todos mis miedos y muchas angustias me fui a casa, siempre acompañada de mi cuñado Toño.

La preparación para hacer el trasplante es muy sencilla pero muy dura, le dieron muchas pastillitas durante varios días, Melfalan se llama esa quimioterapia que servía para matar todas las células de su medula ósea, las buenas y las malas. Yo entendía que debía dejar su cuerpo limpio para que la médula de su hermana María, que iba a ser su donadora, entrara a su organismo y se adaptara al organismo de él, en los espacios que estaban vacíos en sus huesos y desde ahí comenzara a producir nuevas células que ahora estrían sanas y libres de la leucemia, libres del cáncer.
Miguel pasó casi un mes en el hospital y yo todos los días estaba en las mañanas con él viendo todos los cuidados que necesita, cómo debía ser la comida, cómo se debía bañar y hasta cómo debía hacerse la limpieza de todo lo que él ocupaba desde las cosas que agarraba hasta la ropa que se ponía y las sabanas y cobija, que solo las usaba un día nada más. Para mí eso era muy difícil, aunque yo no hacía casi nada más que cuidarlo y platicar con él sobre los niños y que todo en casa iba más o menos bien.

Pasó el trasplante muy bien y cuando lo dieron de alta fue un golpe muy tremendo para mí, dije: “¡Dios mío todo lo que hacen en el hospital, ahora me toca a mí! ¡Cómo iba a hacer eso y además cuidar de mis hijos que también me necesitaban mucho!”

Llegaste a casa y tu habitación especial esta lista, fue difícil, pero al menos saber que ya no tenía que ir todos los días al hospital me hacía descansar un poco. Y entre su familia, mis hijos y yo comenzamos a reajustar una nueva etapa de cuidados. Tú ibas al hospital y Toño o Juan o el Chore, su cuñado, nos ayudaban, lo llevaban y traían y así yo podía limpiar su habitación y lavar su ropa, además de comida especial y cuidados a mis hijos.

Todo parecía ir muy bien. En octubre mi hija Kary cumplió 15 años y le hicimos su festejo en casa, tuvo su misa y Miguel hizo algo que no debía: se salió y muy mono llegó de traje y todo a la iglesia que, aunque estaba a tres calles de la casa no era cerca para él. Fue muy emotiva su llegada, pero después nos dimos cuenta que no fue nada correcto, incluso ya en casa salió y bailó el vals con su hija; bueno la fiesta pasó, pero… unos días después se comenzó a sentir mal, estaba cansado y de repente le salieron unos fogazos por lo que lo llevamos de urgencia al hospital.

De inmediato lo revisaron y se quedó internado para estudios, esto fue el inicio de la enfermedad de injerto contra huésped que era a lo que ni los doctores ni nosotros nos queríamos enfrentar. Su propio organismo comenzó a atacarlo y vinieron más infecciones donde los doctores tuvieron que hacer mucho para controlar la enfermedad: antibióticos, antivirales, inmunosupresores en mayor cantidad, esteroides y una gran cantidad de medicamentos para tratar de que mejorara. Esto fue a inicios de noviembre de 2003 y así pasaron varias semanas; lo dejaron salir con la enfermedad controlada para las fiestas de fin de año sobre todo por la falta de personal que lo cuidara en el hospital. Y nuevamente la carga de trabajo cayó en mí, pero ahora lo tenía que hacer con muchísimos más cuidados.
Pasamos Navidad y Año Nuevo juntos, su familia nos acompañó todo lo que pudo, no puedo dejar de decir que a pesar de todo disfrutamos los momentos porque estábamos juntos, él tenía a su familia y a nosotros y yo a él y mis hijos, pero mi familia aun a una calle, estaba muy lejos de mí.
Yo sé hacer manualidades, las hacía para los festejos de los niños en la escuela con la maestra Jazmin de mi hijo Fernando, así que se me ocurrió hacer delantales de manta, yo los diseñé, hice moldes y cocí a máquina. Miguel dijo que él podía hacer dibujos y pintarlos a mano porque de niño decoraba caritas de títeres, así nos pusimos a fabricar delantales y mientras yo los hacía, él los pintaba y toda su familia se puso a venderlos, hacíamos 5 o 6 a la semana lo cual servía de terapia para mí y para él.

Su mamá y hermanos los vendían y cada fin de semana me llevaban las ganancias que eran a veces más de mil pesos que servían para pagar cuentas de gas, luz, teléfono, ropa, útiles y hasta alcanzaba para llevar a comer una hamburguesa o unos tacos a mis hijos; a pesar de todo podíamos volver a ganar dinerito con nuestro trabajo.
Miguel regresó al hospital los primeros días de enero, desafortunadamente la enfermedad de injerto contra huésped siguió avanzando y poco a poco lo llevó a deteriorarse más hasta la posible pérdida del trasplante. Así me lo decía el Dr. Solís; necesitaba cada día decenas y decenas de medicamentos, algunos había que cómpralos porque no los tenían en el hospital. Como siempre mi cuñado Toño estaba ahí; Miguel se puso tan mal que primero se convulsionó y después dejo de moverse como si su cuerpo se hubiera desconectado. Solo se quedó dormido, a veces podía hablar un poco pero solo dormía y ahí todo se complicó aún más. Ahora había que hacer todo por él, ya no controlaba esfínteres, es más ni siquiera se daba cuenta de que se hacía pipi o popo y eso significaba cambiarlo y bañarlo para tenerlo limpio, lo hacían las enfermeras y yo en las mañanas. En las tardes que regresaba a mi casa a ver a mis abandonados hijos, lo cuidaba su mamá y hermanas; cada día se ponía peor, tan mal que varias veces el Dr. Solís nos hablaba incluso en la madrugada que lleváramos los papeles de Miguel por que no pasaba la noche y en el hospital estábamos mi suegra, mis cuñados y su familia y yo esperando que salieran a decir que ya había acabado todo.
(Toma aire profundo y lo deja salir para descansar un poco) Qué difícil es recordar (Paty llora y yo también). Como estaba tan mal necesitaba plaquetas y sangre casi cada día, su familia y amigos iban a donar y nunca te faltaba nada, solo que como lo que más necesitabas era plaquetas, muy pocos de los donadores eran elegidos para donar y entre ellos estaba yo, su hermano Toño, El Chongos y El Petro.

Éramos los donadores oficiales porque había días que necesitabas hasta tres paquetes de plaquetas al día así que como las plaquetas se podían donar hasta dos veces por semana, ahí estábamos nosotros donando plaquetas para él, era doloroso, pero nunca dejamos de hacerlo con gusto; ni ellos ni yo.

¡Cuando todo parecía terminar porque no lograban controlar tanta infección, el Dr. Solís nos habló de un medicamento que para él era su última opción! Pero había que traerlo de Reino Unido, con ayuda de una prima que trabajaba en el ABC conseguimos la opción de comprarlo, pero costaba 55,000 pesos. ¡Y se necesitaba ya! Así que el Dr. Solís hizo la receta y se la dio a Toño ¿Cómo fue? No lo sé, pero al otro día tú ya tenías tu medicamento, eran creo que 8 frascos que te los pusieron y para sorpresa poco a poco te fuiste recuperando, bajaste de 62 a 44 kilos y con varios daños, pero gracias a Dios después de casi 5 meses regresó a casa y hoy está aquí.

Uno de los mayores y más tristes recuerdo fue que, como lo dije antes, su mamá dijo con mucha confianza que ella daría su vida por él. ¡Y creo que así fue! porqué a al poco tiempo que Miguel salió del hospital mi suegra Toñita murió de repente. Fue algo inesperado y difícil para todos, pero parecía que todos estábamos en paz, Toñita creía mucho en Dios y tenía tanta fe que seguramente Dios se llevó a alguien que valía mucho la pena. ¿Doloroso? Sí fue muy doloroso, pero todos recordamos eso que ella dijo alguna vez y que se hizo realidad.

La recuperación fue muy difícil y él lo sabe, nos costó mucho trabajo, permaneció en aislamiento casi 2 años más, pero con el esfuerzo hasta de mis hijos; se fue recuperando, y salió adelante y todo fue cada día mejor.
Así la vida continuó, aprendiste nuevas cosas para volver a trabajar porque la joyería ya no era buena para ti y comenzaste con el apoyo a pacientes y formaste la Asociación Mexicana de Leucemia y Gist A. C. Yo no quería aceptar que hicieras esas cosas, que no entendía porque, pero poco a poco se fueron haciendo parte de nuestra vida y de nuestra familia y que siguieron enseñándome que debo seguir adelante y que todo lo que hacemos es muy importante porque la vida nos pondría ante una experiencia aún más dolorosa que nos vino a cambiar mucho más nuestra existencia.

A mí me gusta hacer manualidades, creo que ya lo dije, así conocí a Gabriela y quizá para salir un poco de la casa comencé a dar clase se manualidades y hacer tareas con niños en un lugar llamado “Armonía”. Quizá era salir un momento de casa y hacer algo diferente; mi amiga tenía 4 hijos entre ellos Lupita, una jovencita con muchos problemas emocionales y familiares muy fuertes pero que se hizo mi amiga.
Lupita era muy bonita e iba de vez en cuando a ver a su mamá, una vez invité a Gabriela a un programa de Diálogos en Confianza, sobre una enfermedad llamada Mieloma Múltiple, pero de último momento no pudo asistir y me dijo que llevara a Lupita, como otras personas también cancelaron pues invité a mis hijos Fernando y Aldo, ese día Fer conoció a Lupita.

Unos meses después en la reunión que Miguel hizo de fin de año para los pacientes de la Asociación Mexicana de Lucha Contra el Cáncer, Fer le ayudó a su papá como mesero porque a Fer le gusta la cocina, también invitamos a Lupita y de repente los vi muy agarrados de la mano, ¡Sin que yo lo supiera ellos ya eran novios! Como yo quería mucho a Lupita me dio gusto saber de su amor, no así mi amiga Gabriela quien no estaba de acuerdo en esa relación, pero a fin de cuentas ellos eran adultos y no les importó lo que ella dijera.

Todo fue muy rápido, al inicio del año nos dijeron que se querían juntar y un mes después ya vivían juntos y en marzo nos dijeron que ya estaban embarazos, que Lupita iba a ser mamá. Siempre he apoyado a mi hijo y esta vez con más gusto. El embarazo de Lupita parecía que transcurría con normalidad, unos meses después entró a trabajar para tener servicio del Seguro Social y ahí poderse “aliviar”. Sus últimos meses fueron difíciles porque nos decía que se sentía cansada, que tenía algunas molestias al hacer “pipi”, que se sentía muy cansada y el doctor decía que eran cosas normales por el embarazo y yo pensé lo mismo también… la tormenta se venía encima.

El 19 de noviembre ya con trabajo de parto llevamos a Lupita a la Gíneco 4, todo parecía estar bien, ella se quedó en piso sola en su trabajo de parto y Gaby mi hijo Fer y yo nos quedamos ahí. Así pasó la noche y en la mañana del 20 de noviembre de 2016 nos avisaron que Lupita mediante cesárea había dado a Luz una bebé de 2.750 Kg y que midió 51 cm y si el médico no salía en 20 minutos nos podíamos ir a casa. Esperamos un poco más y como el médico no salió todos nos fuimos porque debíamos regresar a medio día al horario de visita. ¡No imaginábamos que la tragedia se venía a nuestro hogar en la forma del cáncer una vez más!


(Paty llora nuevamente pero aún mas) ¡Ah! regresamos a casa y a los 10 o 15 minutos suena el teléfono de casa, era urgente que regresáramos al hospital porque algo malo había pasado, solo eso nos dijeron y de inmediato le avisamos a Gaby y nos fuimos todos al hospital. Ahí llegó la mamá de Lupita y su Tía Tere a la que ella también le decía mamá; preguntamos y nadie nos decía nada, nadie nos atendía solo nos decían que esperáramos, así pasaron casi dos horas hasta que Miguel ya muy enojado se metió a hablar con la trabajadora social quien llamó al médico.

Él dijo: “Les tengo malas noticias, la niña está bien pero su mamá tiene un posible cáncer en la sangre, sus estudios preoperatorios salieron con sus glóbulos blancos muy muy alterados, su cuenta de leucocitos puede indicar una leucemia, ya le realizamos trasfusiones. La vamos a estabilizar y mientras estamos haciendo trámites para que sea recibida en ‘código mater’ que significa máxima atención, en Centro Médico Siglo XXI”. Para mí todo se volvía angustia y miedo de que Lupita no volviera a casa.

Cuatro días después Lupita ingresó a Centro Médico y comenzó toda una serie de cosas malas para ella y para todos por su gravedad. Confirmaron el diagnostico con los estudios de laboratorio y el doloroso aspirado de médula ósea que yo bien conocía y la mala noticia que confirmaba que Lupita padecía Leucemia Linfoblástica Aguda en fase acelerada. Además, debían retirarle su matriz para evitar sangrados, e iniciar tratamiento de quimioterapia agresiva para controlar la enfermedad. Fue muy doloroso tanto para Lupita como para nosotros, jamás imaginamos que la vida nos volvería a poner en esta lucha que desde el primer momento yo intuí sería más fuerte, sería peor.


Recibí a nuestra bebé a los 4 días, le di su primer biberón y su primer baño como lo hice con mis hijos y tuve de manera apresurada recordar lo que era ser mamá, nuestra bebé desde antes de nacer ya tenía un nombre Lupita y mi hijo decidieron poner Zury Alondra y desde ese momento Alondrita quedó bajo mi cuidado. A los 15 días pedimos permiso para que Lupita conociera a Alondrita y con permiso de trabajo social se la llevamos al hospital. El momento fue muy difícil, fue triste ver cómo Lupita con su dolor abrazaba a Alondrita pero sentíamos su sufrimiento y veíamos su dolor. La vida no podía ser más desgarradora y yo no lo podía yo resistir.


Lupita salió del hospital después de más de un mes, ella decidió regresar a nuestra casa donde le cuidamos y pudo estar al lado de su bebé, solo fueron unos pocos días pues debía continuar con las quimioterapias porque no había tiempo que perder y regresó al hospital unos pocos días después y volvió a separarse de Alondrita y ella volvió a quedar en mis manos para que yo la cuidara como una hija más pero siempre deseando que Lupita regresará a casa y volviera a ver por su bebé.


Ese fin de año fue difícil pero por fortuna Lupita lo pasó en casa a nuestro lado y con Alondrita en sus brazos, la Navidad y el Año nuevo de 2016 estuvo con nosotros y en enero se volvió a internar; una nueva separación para quimioterapias y volver a salir unos días, pero esta vez regresaron a su departamento porque deseaban, ella y mi hijo Fer, la familia que eran y volver a ser, para mí fue un descanso saber que Lupita podía ver por su bebé y a pesar de separarme de Alondrita, estaba muy feliz.


Así trascurrió todo el 2017, Lupita iba muchos días al hospital y regresaba unos cuantos días a su casa al lado de Alondrita que poco a poco comenzaba a crecer, le festejamos su primer año y volvimos a pasar una Nueva Navidad y Año nuevo juntos todo iba muy bien y hasta se dio tiempo para bautizar a Alondrita en la Catedral.
Lupita se veía muy bien pero nuevamente lo malo volvió a suceder, la persona que aseguraba a Lupita dejó de pagar las cuotas patronales y le suspendieron la atención dándola de baja, aun cuando su doctora exigía que le dieran su siguiente quimioterapia la Dra. de salud en el trabajo de la clínica 9 del IMSS se la negó rotundamente. La trabajadora social abogó mucho junto con la Dra. Delgado quien la atendía, pero nuevamente esta nefasta Dra. de salud en el trabajo le negó el derecho a la atención, mientras nosotros buscábamos cómo volver a asegurar a Lupita y cuando lo volvimos a hacer, ella ya había perdido dos ciclos de quimioterapia.


El 21 de marzo de 2017 nos fuimos a Teotihuacán, Lupita todavía se sentía bien y había retomado su atención, pero unas pocas semanas después ella ya se sentía mal, estaba muy cansada y la Dra. Delgado dijo que la quimioterapia había dejado de dar los resultados que se deseaban.

Sentí miedo porque sabía que algo malo podía suceder; a Lupita le salieron unos fogazos, yo sabía que eso era muy muy malo como lo viví con Miguel, la tuvimos que llevar de emergencia al hospital el lunes 16 de abril y le reanudaron tratamiento, pero (llanto muy doloroso) … Lupita no pudo resistir y el jueves 19 de abril mi niña dejó de vivir (no me hagas esto por favor… lloramos los dos).
Fue difícil, fue difícil durante mucho tiempo aceptar que Lupita ya no volvería a regresar y ver por su bebé, fue difícil ver a mi hijo Fer y a nuestra familia y a mí misma sufrir, yo deseaba que Lupita regresara, no podía aceptar, no podía dejar de sufrir; mi hijo tuvo que volver al trabajo y la vida inevitablemente tenía que seguir.

Alondrita hoy tiene clase de baile en el kínder, le gusta mucho bailar, cuando se levanta me busca y me dice mamá, soy su Mamá, soy su mamá en honor a Lupita a quien nunca podremos olvidar. Alondrita ya es una niña grande porque dentro de poco cumplirá tres años, Fer ya está mejor y todos nosotros también, Aldo y Karina, Reny, Romina y el Abuelo Miguel, todos amamos a Alondrita y ella nos ama también, Alondrita es mi hija… porque ¡Yo soy su mamá también!

*Estas palabras forman parte del libro en prensa Rostros en la Oscuridad: Cáncer, un libro que reúne relatos diversos de personas afectadas por el cáncer.