[Entrevista realizada por Enf. Patricia Luz Mariscal Barzalobre]
Mi mamá era una indígena de la sierra Juárez de Oaxaca, de 48 años de edad. A ella la casaron a los trece años de edad y a los 27 ya tenía a 8 hijos. Yo tenía 13 cuando nació el último, es la costumbre de mi pueblo. Soy la mayor de 8 hermanos, a mí no me vendieron porque era fea y nadie me quiso. Mi padre era un alcohólico que nos abandonó cuando nació mi último hermano; él ya tiene ahorita 42 años y padece de la misma maldición que mi madre,el cáncer de estómago. Contaba mi mamá que mi padre la golpeaba desde que se casaron para que aprendiera a ser fuerte y no se quejara.
Conforme pasaron los años ella fue empeorando con su salud y más con su estómago porque la obligaban a comer picante para que se curtiera su estómago y además le daba su suegra unos brebajes que no sabía qué eran, pero eran muy amargos. Se los tenía que tomar si no le daban con la pinza para que obedeciera. Eso le calmaba un rato, pero cuando pasaba un rato más le dolía su estómago y aparte las golpizas que le daba mi padre cuando venía borracho. Ella se hacía un té de hierbas del campo para que el dolor le calmara. Decía que ya se había acostumbrado al dolor.
Después que nos abandonó mi padre, unas vecinas le aconsejaron a mi madrecita que nos vinieramos a Oaxaca a rentar por la central. Allí trabajamos en el mercado vendiendo comida y mis hermanitos de mocitos para pagar dos cuartitos que conseguimos. No nos mandaron a la escuela, antes no obligaban a la gente para ir a la escuela. Pero teníamos que sacar para comer, la renta y vestirnos
Después de varios años la molestia de su panza disminuyó, pero cuando le molestaba su estómago pasaba al consultorio que nos quedaba cerca de la central y le daban unas pastillas y una leche que decía que era un gel. Eso le mejoraba, pero no la curaba. Así pasaron años, no tengo cuenta de cuántos.
Hasta que se puso muy mal un día y la mandaron al hospital civil, ahí le estudiaron su panza con unos aparatos y vieron que su estómago estaba muy lastimado. Le mandaron medicina, pero solo una vez la pudimos comprar porque después salía muy cara esa medicina; y mejor comprabamos la que nos daba el médico del consultorio de la central porque era más barata y le ayudaba.
Así pasó otro tiempo hasta que ella empezó a dejar de comer, se llenaba con muy poca comida y empezó a tener flojera ya no quería trabajar. Y bajó mucho de peso, se puso pálida y su piel como que se le pego al hueso.
Empezó a tener vómitos y se empezó a hinchar su panza. Comía y lo sacaba. Ya no le consentía nada su panza, un día tenía diarreas y otro se estreñía. Ella se sentía triste y decía que ya no quería vivir. Yo me ponía a llorar en las noches para que no me viera sufrir porque algo me decía que mi mamá ya no cargaba los peregrinos ese año. Y me dolía el corazón sentía una piedra apachurrando mi pecho, solo le pedía a Dios que no sufriera más de dolor.
Otra vez se puso muy mala y nos mandaron al hospital civil. Ahí la internaron y le estudiaron su estómago con aparatos que le metieron en la boca. La tuve que cuidar porque mis hermanos ya se habían juntado y tenían hijos que mantener. Yo vivía con ella porque no me casé ni me junté porque no quería que me pegaran y no quería sufrir como mi mamá. Perdí mi trabajo por cuidar a mi mamá pues los médicos me dijeron que ella estaba grave, que por no cuidarse y no tomar lo que el doctor le recetó se le complicó su mal.
¡Es que cada que lográbamos juntar podíamos comprar la medicina! , y había días que no teníamos, no completábamos era muy cara.
En el hospital, un día, después de varios estudios que le hicieron a mi santa madrecita, me llamaron unos doctores y me dijeron que mi mamá estaba muy mal. Que habíamos esperado mucho tiempo para curarla y que ya no tenía remedio. Que tenía la enfermedad del cáncer que se pasó a todo su cuerpo y no había manera de salvarla.
Sentí que me fui en un hoyo muy hondo. Como que me faltaba el aire. Pensaba que no era verdad, que era otra señora la que estaba enferma, no mi mama. Y empecé a llorar, no entendía y hubo un momento que no oía lo que el doctor me decía. Mi cabeza empezó como a darme vueltas y solo lloré y lloré hasta que uno de los médicos me puso las manos en los hombros y me dijo: -Señora, aunque quisiéramos hacer todo lo posible el mal empezó hace mucho tiempo y ella no se curó, por eso solo podemos darle cuidados paliativos-.
No sé qué eran esas palabras, pero pensé que esos paliativos podían salvar a mi mamá y les dije: “Está bien”. Y fui a ver a mi mamá, ahí en su cama con tantos tubos que le pusieron: toda pálida y sus ojos hondos tristes y secos y me dijo: -Quiero que no llores y que te busques un hombre que te cuide, porque yo de esta no salgo-.
Cuando ella me dijo eso, me puse a llorar, y le dije: «No mamacita. Usted se va a curar y vamos a ir al pueblo para que descanse unos diitas». Ella me apretó mi mano y se sonrió y me dijo: -Si hija, pero no estés triste-.
No podía creer que me dijera eso. Salí de ahí y fui a la sala de espera y me senté a respirar porque me faltaba mucho el aire. Llamé a mis hermanos y solo uno llegó en la noche, pero ya no pudo verla con vida pues a las 9:42 ya había partido con el Señor.
Con lágrimas en los ojos Rufina dijo: Si ella se hubiera tratado desde que llegamos a Oaxaca no se hubiera muerto.
Hoy yo estoy cuidando a mi hermano para que dure más que mi madrecita santa, le doy gracias a Dios que yo, a pesar de que trabajo duro, casi no me enfermo, pero no dejo un solo día de pensar en la triste vida que le tocó vivir a mi madrecita y cómo se fue a enfermar de esa enfermedad tan mala que ya no pudimos curar.
*Estas palabras forman parte del libro en prensa Rostros en la Oscuridad: Cáncer, un libro que reúne relatos diversos de personas afectadas por el cáncer.