Cada minuto mueren al menos 18 personas por cáncer; la mitad de esas muertes ocurren de manera prematura, por falta de diagnósticos y tratamientos oportunos y efectivos. Son más de 9 millones de personas y sus redes, padeciendo cada año la catástrofe de una muerte acelerada.
Pero poco dicen estos números en un mundo repleto de estadísticas de adversidades, donde millones de personas siguen muriendo por hambre, donde millones son acribilladas por la violencia, la pobreza y la desigualdad. La pandemia se ha normalizado.
“No hay enfermedades, sino enfermos”
Así se recuerdan los médicos que no bastan los conocimientos o datos generales de las enfermedades para poder diagnosticar o intervenir en los casos reales. Y es que los médicos deben recordar que cada enfermo es un cuerpo complejo que debe ser analizado en su integridad, antes de diagnosticar o prescribir alguna intervención clínica. Los enfermos se vuelven así pacientes cuando se sumergen en el campo médico. Nos volvemos historias clínicas. Expedientes. Números de cama. Casos específicos. Sin embargo, los pacientes van y vienen, mientras que las instituciones permanecen. Al final pareciera que otra vez nos volvemos un recuento de usuarios.
No es sino hasta que cada número, cada paciente se vuelve cercano, que tomamos conciencia del rostro y la vida singular que los datos esconden. Es entre seres que importan como nos recordamos una y otra vez que no son sólo cuerpos, sino rostros y miradas, nombres, voluntades, sueños y experiencias. Es la amiga,es el hijo, la madre, el esposo, es Erika, Gisela, o Rubén. Es uno mismo. Es alguien, nunca reducible a una estadística, un expediente o un obituario.
Ser afectado de cáncer, es vivirlo en primera persona. Es ser vulnerado en el cuerpo propio, romperse en lo interno, y sentir que algo crece y quita vida, es el derrumbe de una cotidianidad, de una normalidad que se hace sobrevivencia.
Ser afectado de cáncer es vivirlo en segunda persona. Es compartir el padecer del otro ser, sentir en nosotros el dolor del Otro, porque somos capaces de com-padecernos, de acompañarnos en la adversidad, el dolor y el padecimiento de alguien.
Ser afectado de cáncer es asumir el llamado colectivo de la salud. Es ser convocado, no a la caridad egoísta del que le sobra, sino a la compasión activa, del cuidado del otro, de lucha con el otro, es un compromiso por transformar aquello que acentúa o acelera el sufrimiento propio y ajeno.
Pero así como hay afectados de cáncer, también hay beneficiarios que aprovechan el padecer del otro. Es la explotación de los enfermos, sus familias o los estados, para despojarles de sus patrimonios, para convertirles en consumidores de medicamentos, tratamientos y esperanzas mercantilizadas, privilegios de unos cuantos. Es el cínico que no le afecta el dolor ajeno, es el oportunista que aprovecha la desesperación de las familias.
Por eso los afectados no son sólo los cuerpos, o los pacientes o las familias, son también los médicos y enfermeras y trabajadores sociales en hospitales sin recursos, son las poblaciones expuestas a venenos invisibles, son los expertos que un día se reconocen expuestos también a la lógica del mercado de la salud que condena a millones de seres al despojo, la precariedad y la catástrofe sanitaria.
La indiferencia y el distanciamiento no permiten la conciencia del desafío de las pandemias como el cáncer. Aislar al enfermo y su familia, es prolongar la adversidad. Afectarnos por el otro, es la posibilidad de visibilizar injusticias estructurales que niegan el acceso gratuito a la salud, crímenes ambientales e industriales que producen enfermedad, pero también la oportunidad de ser solidarios de una vida y una muerte digna.
Tomar conciencia de esta afectación, no es un acto inmediato; exige en primer lugar una escucha,una apertura ética al otro, pero también un discurso que evidencie la adversidad compartida, la verdad y la validez de que somos millones de afectados, aún sin el diagnóstico propio o de un familiar. En este sentido, saberse afectado es un paso ético y político, porque es la conciencia que posibilita esperanzas compartidas.
La Plataforma de Afectados de Cáncer, nace de esta conciencia. Es una tierra virtual hecha para fortalecer, generar y expandir, la organización y la cooperación necesaria entre afectados del cáncer. Es dejar de ser sólo estadísticas, casos o pacientes, y convertirnos en impacientes, en actores de nuestra propia salud colectiva.
Nos necesitamos para sensibilizar a otros, para compartir información verídica y confiable, para formarnos en el conocimiento biocultural del cáncer y su relación con otras pandemias, y sobre todo para tejer una fuerza que pueda detener la producción de cancerígenos, la exclusión de los medicamentos y al mismo tiempo avanzar en alternativas que produzcan bienestar, sosiego y dignidad para los afectados.