MORIR PARA SANAR, SANAR PARA VIVIR

[Entrevista realizada por Verónica Suárez-Rienda]

Ser enterrado vivo es, sin ningún género de duda, 
el más terrorífico extremo que jamás haya caído en suerte a un simple mortal. 
Los límites que separan la vida de la muerte son, 
en el mejor de los casos, borrosos e indefinidos…
EDGAR ALLAN POE, EL ENTIERRO PREMATURO (1844)

Se me acercó y me dijo “tú vas a decidir si quieres vivir o no; te vamos a enterrar”. Con esta historia conocí a Sol. Estudiaba terapias distintas a la biomedicina en torno al cáncer. Unos amigos del hospital me dijeron que una paciente de cáncer de mama había sido enterrada en un ritual terapéutico. Desde ahí, Sol me compartió muchos momentos de su vida, de antes y después de padecer cáncer. Y éste es uno de ellos. 

Alma quiso hacer una ceremonia especial para mí. Primero fue para que yo decidiera si quería vivir, porque ella se dio cuenta. Ella me dijo “tú te equivocas con eso, porque sí hay manera” y sí, después me di cuenta que de esto se puede sanar, me di cuenta que sí. Yo estaba en un momento en que no quería vivir. Entonces vino y ella me dijo: 

—Tú vas a decidir si quieres vivir o no. Te vamos a enterrar, vamos a hacerte toda tu ceremonia.

—¿Y qué tengo que llevar? 

—Todo lo trae tu corazón, llévalo dispuesto y abierto. Nada más tráete ropa porque lo vamos a hacer a las doce de la mañana y a las doce de la noche.

Llegué y… ¡era hermoso! ¡Tenían cantidades de flores! ¡Habían comprado margaritas! Estaban todas las amigas de Alma que ya conocía de otros encuentros y otras amigas de ellas. Todas eran sanadoras las que estaban ese día. Entonces ya tenía la fosa hecha y, lo bueno, es que fue un día soleado porque si no con la lluvia no se podría.

Me llevaron así a la fosa. Estaba el hombre de fuego, estaba el que toca el caracol y el tambor. La música era bonita, todos iban cantando y así me llevaron en procesión. Cuando entré a la tumba, me recostaron y me taparon la cara con paliacate para que el sol no me diera directamente, porque la cara no la iban a enterrar, solo el cuerpo. Arrojaron primero tierra y después flores ¡quedó hermoso aquello! ¡Eran margaritas de todos los colores! 

Alma se me acercó y me dijo:

—Estás enterrada

—Sí, ¿y ahora? 

—No te vamos a sacar. Tú tienes que recordar y saber si quieres vivir y por qué. Si quieres vivir, vas a tener que saber cómo vivir y cómo salir de aquí. 

Comenzaron a hacer una oración en náhuatl y a cantar, y pues ahí, empecé a pensar. No sabía si me iba a poder salir de ahí, yo no sabía, creí que no podía. Sentí mucha tierra y me dolía, además de que tenía dolor de huesos. Entonces decía: “Aquí ya quedó enterrada”. Y me empezaron a picar las hormigas. 

Sí tuve miedo. Pensé: “Las hormigas se me van a meter en el oído”, pero no, no pasó nada de eso. Y me decía a mí misma: “No debo de tener miedo”. No quería morirme, estaba ahí y pensaba: “Estoy ya enterrada, estoy aquí enterrada, estoy para integrarme con la tierra”. Entonces llegó un momento en que dije: “No, yo soy parte de la tierra” y, en ese instante, sentí que me iba integrando a la tierra; ya no me movía nada, y entonces dejaron de picarme las hormigas. Me integré con la tierra y fue cuando me tranquilicé.

Ahí tomé mi decisión y dije: “No, no me quiero morir”. Me dirigí a Alma y le dije: 

—Ya estoy, no me quiero morir ¡Quiero vivir! 

—Pues tienes que salir, porque nosotros no te vamos a ayudar. Nadie te va a ayudar, tú tienes que saber cómo vas a salir. Recuerda: somos todos parte de la tierra, entonces piensa cómo vas a salir. Y tienes que saber cómo vivir ¿Cómo le vas a hacer para vivir? 

Entonces dije: “¿Qué hacer? Soy una semilla, soy una semilla y tengo que brotar, tengo que salir”. Saqué un pie ¡Y vi que sí se podía! ¡Saqué un pie, luego el otro! Y a partir de ahí el hombre de fuego y el que tocaba el tambor me dieron la mano y dijeron: “Bienvenida a la vida, bienvenida”. Todos alzaron sus brazos y festejaron. Exclamaron felices: “¡Yu ju! ¡Yu ju!” Y nos fuimos al temazcal. Alma se me acercó y comentó:

—Tú decidiste vivir ¿cómo lo hiciste? 

—Pues pensé en que era una semilla y broté de la tierra. 

—Acuérdate de eso siempre, que lo hiciste porque querías vivir. Fuiste una semilla y estás brotando de la tierra. Tú eres una persona nueva. 

Entonces salimos del temazcal ¡y me bañé con agua fría! Fíjate que ahí en el temazcal está caliente y ¿qué crees?, que no me sentí nada mal. Me sentí bien, qué cosa tan extraña, ¿verdad? Me sentía con fuerzas. Hice lo que jamás he hecho: el esfuerzo de salir de la tierra y luego quitármela con agua fría después de que estuve en lo caliente en el temazcal.

Al seguir con la terapia, en la tarde fuimos a una pirámide que un hombre mandó construir por la zona, un lugar donde se utilizan las luces para cargar energía. Puede ir cualquier gente, no solo personas enfermas, sino quien cree en eso, que son sanadoras y que van a cargar energía.

Llegamos y nos pusimos cada uno en unos asientos que ahí tienen, donde te puedes reclinar y poner los pies. Hay una pirámide en medio que desprende luces y la persona que guía la sesión te dice que tengas los ojos cerrados. Es como en círculo, todos nos sentamos alrededor y ahí te duermes. El guía te dice una palabra: “Sanación” y tú estás pensando en eso, y te van poniendo las luces. 

A mí, cuando dijo “sanación” sentí cómo el tumor palpitaba, como el corazón, y sentí que estaba ahí. Siento que de algún modo se encogió y pensé: “Estoy sanando”. De ahí nos regresamos a casa de Alma, pero ya no pudimos repetir lo de la mañana porque resulta que en la noche empezó a llover. 

A la mañana siguiente regresé a mi casa. Después de toda la terapia, mi cuerpo quedó picado por las hormigas. Pero ¿qué crees? Tenía un piquete aquí, en el seno derecho y otro en mi seno izquierdo y un piquete en cada rodilla. Eran las partes que más me dolían los huesos, y donde se me hizo un grano así con pus. Al contarle a Alma esto, ella me miró y me dijo: “Son tus enfermedades, ellas se están desintoxicando”. 

Para Sol, ésta fue de las experiencias más hermosas que vivió desde que le diagnosticaron cáncer de mama y, en su memoria, la comparto tal cual la relató, con su rostro siempre sonriente.

*Estas palabras forman parte del libro en prensa Rostros en la Oscuridad: Cáncer, un libro que reúne relatos diversos de personas afectadas por el cáncer.