[Entrevista realizada por Diana Estefanía García Yedra]

Hay una curva en el camino.
No sé lo que me espera detrás, 
pero voy a creer que será lo mejor.
L. M. MONTGOMERY

No cabe duda de que uno nunca sabe cuánto tiempo de vida nos toca a cada quien, ni para quién se trabaja, tanto si no se llega a disfrutar plenamente. Mi nombre es Jorge Armando Garcés Yedra, tengo la edad de 40 años y soy originario de la Ciudad de México. Por motivos de trabajo, y antes de mi problema de cáncer, vivía en la ciudad de Gómez Palacio, Durango. 

He atravesado por circunstancias que han dejado huellas en quien soy ahora. Sin embargo, nunca esperé llegar a una situación que me paralice mis sueños y mi vida. Mi jornada de trabajo siempre fue de 12 horas: de 8 de la noche a 8 de la mañana y salíamos en vehículos de la empresa al monte, ya que mi trabajo es cuidar que no ordeñaran los ductos de Pemex.

Cuando empecé con mi problema hace un año aproximadamente, empecé a sentir un pequeño dolor en la parte baja del colon izquierdo. Decidí acudir al médico, quien me diagnosticó colitis por carga de trabajo. Decidí no darle tanta importancia. Con el tiempo, las molestias y el dolor iban en aumento. Mi forma de evacuar cambió bastante: empecé a estreñirme, tener diarrea y una gran incomodidad. 

Para el mes de mayo de este año los dolores eran más frecuentes y dolorosos. Tuve un problema de sangrado al evacuar y fue donde me preocupó. Volví a visitar al médico quien me mandó con un especialista, una gastroenteróloga.

Después de una charla con ella, me comentó que había algo que le alarmaba y que lo que podría tener es el famoso cáncer de colon (adenocarcinoma). Tras esta sospecha me sometí a varios estudios, en especial la colonoscopia y tomografías donde en efecto me diagnosticaron un tumor de forma agresiva en cuarta etapa que perforó mi intestino. Además, con una metástasis que está dañando mis pulmones e hígado. Es ahí donde sentí que todo se me venía abajo: mis ilusiones, mis planes se derrumbaron. Sí estaba consiente que me iban a decir que era cáncer, pero nunca imaginé que fuera ya en una de las etapas finales.

Para el 13 de septiembre de este año entré de emergencia al Hospital Central Sur de alta Especialidad de los Servicios de Salud de Pemex porque ya me estaba contaminando por dentro. El diagnóstico fue una peritonitis. Lamentablemente mi vida seguía en peligro, la prioridad más inmediata era salvar mi vida. Ingresé a quirófano inmediatamente para que desconectaran una parte de mi intestino. Realizaron una colostomía la cual también iba a permitir tomar algunas biopsias.

Los oncólogos y especialistas que estaban siempre al tanto de mi recuperación fueron sinceros conmigo y me dijeron que ellos no me iban a curar, sólo me iban a ayudar a alargar mi tiempo de vida ya que mi caso es difícil. Y aunque buscara otras alternativas, cualquiera que se pusiera frente a mí prometiendocurarme, solo me tomaría el pelo porque desgraciadamente no hay nada que hacer o al menos que fuera Dios o un charlatán.

En un momento de reflexión me hice la pregunta de por qué a mí, qué hice para ser yo quien este padeciendo esto; probablemente pueda ser por mi modo de vida que llevaba con aceleración, en especial mi alimentación. Por lo regular acostumbré a comer lo que se come en el norte: harinas, carnes, pan y grasas e incluso llegar a pensar que esto me había pasado por guardar rencor y no llegar a perdonar a quienes me hicieron daño en un momento.

Ahora que recuerdo mi padre murió de cáncer, factor hereditario más cercano que se asocia a cualquier padecimiento de cáncer, pero aun así no comprendo el por qué e incluso pienso que Dios así lo quiso y para él no bastó ser el buen hijo, hermano y papá para esta vida.

Tras el diagnóstico confirmado y al ver la desesperación y fe de mi familia decidimos buscar aquellas otras alternativas que permitieran encontrar alguna esperanza de cura. Fue el caso del caldo de zopilote y de aplicación de imanes. Yo estoy muy consiente que este tipo de alternativas no curan, pero si pueden llegar a mejorar algún porcentaje de bienestar. 

Ahora no me queda más que resignarme y no estar lamentándome toda la vida. Cambié mi actitud para aceptar, claro que es difícil enterarte de un diagnóstico así porque lo primero que te llega a la mente es la muerte y de no saber cuándo llegará.

Ahora es tratar de vivir mi vida lo más normal posible. Lo hago por mi familia: madre, hermanos, primos e hijos. No cabe duda que la familia siempre será esa vitamina que te aliente para esforzarte y volverte más fuerte. Sin ellos me sentiría solo, nunca me dejaron caer, siempre estuvieron al pie del cañón y es algo que valoro con todo el corazón. Siempre estaré agradecido por tener esta familia.

Lamentablemente aún no puedo recibir ninguna quimioterapia por la herida que aún no sana, pero ya los oncólogos me dijeron que serán quimioterapias paliativas, aproximadamente de 6 a 8 por mes y se aplicaran por la vena además de pastillas. No sé precisamente qué se sienta recibir una de ellas, pero sí tengo una idea de los malestares que dejan las secuelas tales como vómitos, desmayos pérdida de peso y caída de cabello. Afortunadamente los gastos nunca fueron mi preocupación ya que el gasto lo está cubriendo el seguro médico de mi trabajo, en ese aspecto me siento afortunado.

El viernes pasado me hablaron de unas vacunas e inyecciones de factor de transferencia, era medicina alterna. Fue un inmunólogo quien maneja estos tratamientos para eliminar aquellas secuelas de las quimioterapias como el vómito, mareos y desmayos, además de mejorar la calidad de vida activando las defensas de mi cuerpo. Este tratamiento lo llevaría a cabo tres veces a la semana por tres meses con un costo de $ 5.000 por cada inyección. Al escuchar lo que resultaría salí mucho más convencido y animado, me dio esperanza para seguir disfrutando un bienestar en mi vida.

Solo me queda decir que ahora estoy al tanto para que mi familia se haga estudios y pueda evitar un padecimiento así a demás de checarse ante cualquier síntoma y no darle poca importancia. Yo por no dejar de trabajar lo hice, ahora no me queda más que aceptar, no desearía que le pasara a nadie.

No se puede tapar el sol con un dedo, ni tampoco ocultar lo que me está pasando. Ahora he aceptado lo que padezco y estoy aprendiendo a vivir con esto día a día, animándome, esto depende de mí y del tiempo en el que pueda estar. Consideró que si mi optimismo es positivo, lógico que mi organismo reaccionará bien. Estoy en la mejor disponibilidad de seguir en la lucha y tratar de hacer mi vida lo más normal. Mi optimismo me está sacando adelante.

*Estas palabras forman parte del libro en prensa Rostros en la Oscuridad: Cáncer, un libro que reúne relatos diversos de personas afectadas por el cáncer.