[Entrevista realizada por Ana Cristina Flores Grimaldo]

Memoria y olvido son como vida y la muerte. 
Vivir es recordar y recordar es vivir.
Morir es olvidar y olvidar es morir.
SAMUEL BUTLER 

Transcribía y lloraba al oír las voces de quienes ya habían muerto.

Por mi estado de migrante, algunas personas que colaboraron en mi estudio me apoyaron muchísimo y me adoptaron de manera simbólica ya que no tenía conmigo a mis familiares. Así me pasó con una mujer que colaboró en mis estudios de doctorado. Sara tenía cáncer de mama y me brindó toda su confianza y apoyo. La acompañé a varias de sus consultas al hospital y algunas de las otras terapias a las que acudía para aliviar sus dolores y sentirse mejor. Ella me platicó de su vida, de sus años de infancia y juventud, lo que me transmitía mucho cariño y confianza.

Decía que yo era su amiguita. Llegó un momento en que ya no era la antropóloga, sino su amiguita. Fue con la que más conecté durante el trabajo de campo y me permitió acompañarla y recibir el testimonio de su vida antes y después de ser diagnosticada con cáncer. Incluso, llegó un momento en que en los pasillos del hospital me contaba experiencias muy íntimas, y para ella dolorosas.

Y yo me quedaba un poco sin saber qué decir en esos momentos, pero agradeciéndole el que me confiara sus experiencias. Eso hizo que fuera de las colaboradoras con las que más contacto tenía y con la que más podía tener oportunidad de acompañarla en sus trayectorias de atención.

Un día, como un mes antes de terminar mi estancia de campo, fui a platicar con una de sus terapeutas y me dijo que estaba por ir a la casa de Sara pues ella la había mandado llamar. Aproveché y fui con ella para poder saludarla. Esta mujer es muy creyente en la fe católica y, mientras atiende a las personas que la buscan, les habla de la virgen de Juquila, de sus milagros, de experiencias de sanación de su vida y otras experiencias. 

Llegamos a la casa de Sara y la encontramos tendida en su cama, visiblemente adolorida y cansada. Le sorprendió verme y le dio mucho gusto que le hubiera caído de visita. Mientras que la estaban masajeando, me senté a los pies de Sara y, como un acto reflejo, le tomé la mano. Aún me emociono mucho al recordarlo… Hubo un momento mientras ella platicaba que me agarró la mano fuerte, me miró fijamente y me dijo: “Yo voy a salir de ésta Vero, ya verás; me recuperé una vez y lo volveré a hacer”. Mi garganta se quebró unos segundos, cuando retomó la palabra y me siguió diciendo: “Yo no estoy enferma del cáncer ahorita”.

Me lo dijo mirándome fijamente a los ojos, como esperando a que le preguntara, por lo que le dije: 

—Entonces, ¿de qué es amiga?

—Es enfriamiento —Me contestó firmemente.

Lo dijo con tal serenidad y confianza que yo no sabía qué decir. En ese momento quieres llorar, quieres derrumbarte, pero pues no puedes porque esa persona necesita ese apoyo. Ahí siento que ya no eres la antropóloga, ya eres la amiga a la que le contó su historia de vida. Sí me impactó mucho que me agarrase la mano con esa confianza. 

Por mi parte, como investigadora autorizada veo los expedientes clínicos, pero te riges por la ética profesional y la confidencialidad de no compartirles los datos, y menos aún si no eres profesional de salud especializado. Pero no es lo mismo revisar expedientes y estudios clínicos a vivenciar con ellos su dolor, sus esperanzas y miedos. 

Ese día no entendía por qué me decía que lo que tenía no era del cáncer; más tarde entendí que ella se refería a que lo que tenía en ese momento era un enfriamiento a causa de una salida que hizo en la que le llovió muy fuerte cuando apenas salía de un lugar donde estuvo recibiendo calor. Después de eso, aseguró recuperarse para poder continuar con sus citas y tratamiento en el hospital. 

Eso fue como en junio. Terminé el trabajo de campo y me regresé a la Ciudad de México. Por julio le escribí un mensaje de Whats app, pero no me respondía. Mis mensajes no aparecían en “visto” y pues me empecé a preocupar. Me puse en contacto con terapeutas suyos y fue cuando me confirmaron que había fallecido. 

A esta persona la pude ver un día antes de que falleciera y se había podido despedir de ella tranquilamente. Todavía no he podido regresar a Xalapa después de eso. Pero sí siento la necesidad de ir, de buscar a su familia para que me digan dónde puedo ir a despedirme de ella.

A partir de esta experiencia, tengo pánico contactar con el resto de las personas con las que trabajé y que tenían cáncer. Sé que puede sonar muy cobarde, pero si me siento luego como cuando acabas una relación: me pongo a checar mi Whats app y busco la última vez que se conectaron las personas a las que entrevisté.

Lo malo viene cuando no aparece su última vez de conectado a la red y ya no sabes si es porque no tiene activada esa opción o porque ya falleció. Muchas veces he querido agarrar el teléfono y llamar y decir: “Hola, ¿qué tal están?”, pero pues pasan los días y no logro atreverme a hacerlo la verdad. Siento miedo de llamar y que la familia me diga que ya no están, que ya murieron.

En la maestría igual. Trabajé con mujeres y hombres con cáncer. Algunos murieron después de haberles hecho la entrevista y pues a la hora de transcribir y escuchar de nuevo su voz, pareciera como si trajera otra vez a esa persona a la vida. Me dolía mucho escuchar sus voces y saber que ya no estaban; me la pasaba llorando en las transcripciones: transcribía y lloraba.

Esa parte de los sentimientos, pesares y malestares que surgen en las investigaciones sociales no se ve mucho en los trabajos escritos. Nadie pone como se siente y lo invisibiliza, especialmente cuando se estudia con personas que padecen enfermedades crónicas como el cáncer.

*Estas palabras forman parte del libro en prensa Rostros en la Oscuridad: Cáncer, un libro que reúne relatos diversos de personas afectadas por el cáncer.