NO SE NACE ENFERMERA: SE LLEGA A SERLO

[Entrevista realizada por Érika Medina Pineda]

Hay que cambiar la visión de que el marco familiar es el único en que se dan lazos de solidaridad;
 deben reconocerse legalmente otros posibles lazos de colaboración entre las personas. 
ISABEL OTXOA

Mi nombre es Diana Castro Rodríguez, nací aquí en México, pero me crie con mi abuelo en Michoacán. Mi papá era militar, en ese tiempo tenía que cambiar constantemente su lugar de residencia y como yo me enfermaba, decidieron por mi salud que era mejor que yo me quedara con mi abuelo así que viví con él hasta los quince años. La mayor parte de mi infancia la viví entre gente trabajadora del campo, humilde; criaba puercos porque mi abuelo era ganadero, de los primeros ganaderos de Michoacán entonces tenía muchos animales.

Actualmente soy enfermera titulada sin embargo, antes de ser enfermera me dediqué a muchas cosas: a estudiar y trabajar. Fui mesera en una pizzería, estuve algún tiempo en el colegio militar pero me lesioné en el nervio óptico y entonces me dijeron: “¡Vámonos!”. Cuando me sacaron del Colegio Militar me fui una temporada a Huatulco, allá un amigo y yo pusimos un bar donde servíamos cenas, pizzas; un lugar de ambiente muy relajado que nos permitía vivir bien a la orilla del mar sin complicaciones de tiempo o tráfico como en la ciudad. 

Mis papás comenzaron a decir: “Has algo para vivir, para que tengas un futuro”. Así fue como, acompañando a una gran amiga Carmen Villagrán también enfermera, presenté el examen a pesar de que no me llamaba la enfermería. Con la sorpresa que yo fui aceptada en la Escuela Nacional de Enfermería y Obstetricia (ENEO) y ¡mi amiga no!

Todos los semestres pensé en darme de baja porque no me satisfacía al cien por ciento, pero continué y terminé la carrera e hice mi servicio social con una organización internacional que se llama Visión Mundial en Chiapas.

Me tocó en una comunidad que se llama Ocotepec a tres horas y media de Tuxtla, un lugar sumamente marginado, no había mucha luz y los habitantes en su mayoría hablaban zoque. Fue una situación muy fuerte porque no podía tener una comunicación tan abierta con ellos. Poco a poco te van aceptando, no como la enfermera sino como alguien de su familia: te invitan a comer, a vivir sus experiencias y eso te llena de satisfacción, te dices: “Hice algo bien”. 

Ese también fue un parteaguas en mi vida. Aprendí a desprenderme mucho de lo económico, dejé de pensar en si mi ropa o mi reloj eran de marca, allá aprendí a regalar todo, porque realmente era gente que necesitaba muchísimo. Pero si les decías: 

—Oiga, no he comido –porque había momentos en los que no comíamos. Ellos te decían: 

—Aquí está, lo poco que tengo te lo ofrezco

Y eso no cualquier persona te lo da. Actualmente con muy pocos tengo contacto, pero realmente fue un cambio muy fuerte en mi vida. Cuando regresé de mi servicio social había un cambio total en mi personalidad. Creo que me sirvió para sentirme tranquila conmigo misma.

Al año de titularme comencé a trabajar en el Hospital de Oncología de Centro Médico con la sorpresa de que estaba embarazada. Ese embarazo cambió totalmente la forma en que yo me acercaba a los pacientes y la forma en que ellos me veían con mucha ternura. Recuerdo que uno de ellos me pidió acariciar mi barriga directamente sobre la piel y aunque me sorprendí, acepté. Cuando lo hizo, comenzó a llorar porque, siendo tan joven, no iba a poder vivir la experiencia de ser padre. 

A la par que inicié a trabajar en ese hospital, uno de mis tíos fue diagnosticado con cáncer terminal. Él me decía: “No vayas a ser una enfermera fea”. 

Creo que hay momentos en que los pacientes con cáncer tienen ganas de gritar, de mentar madres, de reír, de llorar y a veces, no es necesario jugar el papel de enfermera, sino que es necesario ser humana y decirles: “¿Quieres llorar? Aquí está mi hombro, ¿quieres gritar? Gritamos. ¿Quieres enojarte? Nos enojamos”.

Me ha ayudado el tocar esa parte humana porque cuando eres enfermera te vuelves como un robot: tienes que perder tus sentimientos, tienes que ser un poquito fría, y sobre todo, algo que nos recalcan mucho en la formación de enfermería es que tenemos que romper esos vínculos, pero siempre he estado en contra de eso. Creo que es imposible no formar un vínculo con un o una paciente que ves a diario durante años, una paciente que ves llorar, que te pide apoyo o un consejo. Es imposible decir no, no hay un vínculo. Alguien que te regala una sonrisa tiene que ser correspondido con una sonrisa, una caricia, un consejo y eso genera un vínculo para mí.

El paciente oncológico ha estado muy presente en mi vida. Por ejemplo, del Servicio de Hematología del Hospital Mancera recuerdo mucho a un paciente que se llamaba Marco que estaba en una etapa muy avanzada de su enfermedad. Él estaba cansado y lo que quería era que lo dejaran en paz, pero sus hijos todavía estaban muy apegados a seguir luchando. Platicaba mucho con él porque hacía poquito había fallecido mi papá entonces le platicaba a Marco lo que yo había vivido y él a mí lo que él vivía entonces nos servía de terapia a los dos. 

Recuerdo a Érika porque, por alguna razón, siento que hice una conexión, una pequeña conexión. Creo que, si nos hubiéramos conocido en la Universidad, hubiéramos sido de esas amigas locas e inseparables. También me acuerdo mucho de los niños. Hay una paciente que se llama Vicky, le gusta tejer, entonces tejía gorritos y se los regalábamos a los niños el día del niño o en día de muertos les regalábamos sus dulces con gorritos o bufandas y esas cosas son buenas, no todas las enfermeras tienen esa vibra de apoyar a la gente aunque no sea su función y bueno a mí sí me gusta mucho.

Actualmente estoy en el Hospital de Especialidades de Centro Médico, aquí también, curiosamente, me tocó estar en el Servicio de Trasplante de Médula Ósea. Creo que aquí ha sido el servicio donde me ha costado más trabajo hacer ese contacto con los pacientes porque están en hospitalización dentro de una burbuja, que es donde se hace el trasplante. 

Están casi dos meses ahí solos, el único contacto que tienen somos nosotros. Aquí el paciente está un poquito aprensivo en cuestión emociones, sin embargo, cuando te pones a platicar con ellos y les dices que tú, de cierta manera, has vivido lo que ellos viven, entonces sucede esa conexión. 

Tengo dos hijos: Daniela de nueve y Santiago de siete años que son lo más importante de mi vida. Comenzar a trabajar embarazada de mi hija cambió completamente mi visión del cuidado de otra persona. Te preocupas por cuidarte, cuidar de los demás. Y en cuestión de enfermería, te preocupas porque tu trabajo sea bien hecho y con un fin benéfico para la otra persona. 

Si mi hija o mi hijo me dijeran que quieren ser enfermeros de inicio les diría que no, porque para ser enfermera realmente debes tener ese sentido humano, esa sensibilidad y calidez para tratar a un enfermo, ya sea un niño o una persona adulta. Si quieres ser enfermero y nada más ir y poner medicamento, yo creo que no tiene caso. 

Es un compromiso muy fuerte porque tienes que aprender a ser enfermera en cuestión de aplicación de medicamentos, curación de heridas, procedimientos invasivos, todo eso, pero aparte debes aprender a ser humana. Si aun insistieran en querer ser enfermera les recalcaría que no fueran una enfermera fea. 

Mi opinión respecto a la enfermería ha cambiado muchísimo. Al principio yo decía: “Eso de ser enfermera no me gusta” y ahora puedo decir que me gusta por el contacto que tengo hacia el paciente. No me agrada que como enfermera tienes mucha limitación, entonces hay decisiones que no puedes tomar aunque deberías tomarlas tú porque estás a cargo del paciente, vives con el paciente, sin embargo, ahí los médicos nos ganan. Pero estoy contenta de ser enfermera, estoy contenta de llegar hasta donde he llegado.

Mi visión de futuro creo que no va a cambiar mucho de lo que es ahora. Todos los días me propongo ser una buena persona y, en cuestión de enfermería, hacer mi trabajo bien, sin cometer tantos errores y tratar a la gente como lo que es: gente que necesita, más que de una enfermera, a alguien que los escuche, que les tome la mano, que les dé seguridad y tranquilidad.

Y eso es un compromiso de aquí a que me muera, porque no sólo dentro de un hospital soy así, también afuera. Es algo que me regalaron mis padres, mis abuelos, mis tíos; pacientes que, aunque se los está llevando la fregada, todavía tienen cinco minutos para reírse.

*Estas palabras forman parte del libro en prensa Rostros en la Oscuridad: Cáncer, un libro que reúne relatos diversos de personas afectadas por el cáncer.