Comenzó un camino difícil
Amiga/o que me lees, empezaré a decirte que mi nombre es Jesús Ángeles Méndez Santiago, enfermera de profesión. Hace 40 días falleció mi primo-hermano de Cáncer de nariz. Me cuenta mi tía que inició con un barrito dentro de la nariz y él pensó que era un barrito común, se lo extirpó y en los siguientes días le volvió a aparecer. Volvió a extirparlo con la uña del dedo meñique.
En días posteriores volvió a aparecer el barrito y volvió a extirparlo, pero en esta ocasión se formó como un grano y a tanta insistencia de su mamá, acudió al médico quien le mandó a realizarse diversos exámenes de laboratorio. Ya con resultados lo enviaron a México a un tercer nivel de atención.
Se trasladó a la Ciudad de México sin conocerla, ni a él ni sus hermanos. Ahí le realizaron otro tipo de estudios y ya con los resultados les dieron la noticia que era cáncer y que había hecho metástasis a pulmón. Lo programan para cirugía porque también había invadido el maxilar superior e inferior. Le realizaran resección de mandíbula.
El cáncer se expandía rápidamente. Lograron extirpar un tumor posterior a esto, pero era muy difícil alimentarlo. Tiempo después fue dado de alta por humanidad y enviado a su casa, de ahí empezó a tener problemas gástricos e intolerancia a los alimentos.
Comenzó un camino difícil para su familia. Ya no aceptaba la alimentación, únicamente se mantenía con líquidos a través de una sonda y por las noches hasta horas de la madrugada con dolores terribles y desgarradores. Pasaba todas las noches quejándose y quejándose del terrible dolor que lo consumía.
Así durante un mes, sin probar alimento y posteriormente ni agua aceptaba su organismo y ya despidiendo un olor fétido proveniente de las fosas nasales. Después de tanto sufrimiento falleció entre oraciones, gritos y sollozos de sus hijos, esposa, hermanos y su madre.
Lo más impactante para nosotros como familia ha sido el grado de sufrimiento de mi primo y sobre todo, posterior a la cirugía, su esposa ya no pudo tener una conversación con él: “Lo tuve en mis brazos, él escuchó lo mucho que lo amaba, lo besé aunque yo estaba desconsolada, triste”. Confiesa que llevaba tiempo teniendo sentimientos de ira y de agonía y, sobre todo, se hundió en un profundo dolor cuando el médico le explicó que el cáncer que su esposo padecía ya no era tratable porque ya había hecho resistencia a todas las opciones de tratamiento que habían probado. Y que el plan sería mantenerlo cómodo mientras se iba deteriorando rápidamente, tras escuchar que su esposo moría y que no había nada que hacer, Ana se fue a la habitación siguiente, se sentó frente a un cuadro que tiene de la virgen de Guadalupe y le pidió a Dios que, por favor, su esposo ya no sufriera, que ella ya no deseaba verlo así, que no quería que la dejara, pero que tampoco quería verlo con tanto dolor. Y que él había sido un buen esposo, un buen padre, un buen hijo y que no merecía esto, que, por favor, se lo llevara.
Y así fue. Ana, su esposa, regresó a la recamara donde estaba él con sus hijos: se recostó a su lado lo abrazó y le dijo que no se preocupara que todos iban a estar bien, que su mamá iba a estar bien, que no la dejarían sola, que sus hijos estarían a su lado siempre y que lo amaban; que eran un padre excepcional.
Lo abrazó y él suspiró y así, una hora después, tal vez es una coincidencia, nadie lo puede explicar: falleció, pero Ana dice que su cara ya no era de dolor. A pesar de que había fallecido, su rostro se veía tranquilo.
Creo yo, dice Ana, que ya está descansando.
*Estas palabras forman parte del libro en prensa Rostros en la Oscuridad: Cáncer, un libro que reúne relatos diversos de personas afectadas por el cáncer.